lunes, 1 de agosto de 2011

Ya no somos buscadores de oro

¿A quién pertenece un bosque que ha tardado miles de años en crearse?

¿Un yacimiento de petróleo que ha necesitado millones?

¿El agua, que se purifica y se renueva gracias al funcionamiento de los ecosistemas?

o ¿el aire que está en todas partes y no entiende de fronteras?

Venimos de una visión del mundo donde los recursos eran abundantes, aparentemente infinitos. La naturaleza por grande e incontrolable era un espacio para la conquista donde cada intervención humana se percibía como una victoria por la supervivencia.

Ese mundo está ya muy lejos. Hemos sido tan tenaces en nuestra domesticación del entorno que hemos acabado por ponerlo en peligro y a nosotros con él. Debemos abandonar definitivamente esta forma de ver las cosas.

Un paso para cambiar esa cultura podría ser cuestionarse cómo se puede ceder sin apenas condiciones la explotación de bienes naturales de valor incalculable o consentir la alteración de ecosistemas únicos para el beneficio  de un negocio individual.

Todos necesitamos los ríos, las montañas, los bosques, el aire y el agua para vivir pero unos pocos los explotan sin que analicemos el alcance de su intervención. El patrimonio natural de la Tierra es del conjunto de la humanidad y además está interconectado.  Todos acabaremos por respirar el aire que contaminan en China y veremos desaparecer parte de la costa por la descongelación de los polos.

Entidades como el Grupo ETC observan y denuncian los proyectos que promueven las intervenciones a gran escala en la naturaleza  como respuesta a los problemas ambientales que están surgiendo y ante la búsqueda desesperada de materias primas.

Su labor es pequeña pero apuntan hacia uno de los temas que más debieran inquietarnos. Hay una auténtica carrera por hacerse con los recursos, aunque sea a costa de destruir y contaminar más.  La inercia no se detiene se acelera. Un buen ejemplo ello es el empeño voraz por encontrar petróleo y gas, o la impaciencia con la que varios países y sus empresas parecen esperar la descongelación del Polo Norte.

No parece que el futuro de la mayoría importe mucho para algunos. La fiesta no puede acabar. Quieren seguir buscando su oro.